sábado, 27 de agosto de 2011

Isaias 47

¿Quien es el pueblo de Dios? Desde la antigüedad se ha proclamado al pueblo de Israel como la hija amada, que por su necedad ha sido entregada a manos de malhechores para ser purificada. Pero después de la venida de Nuestro Señor Jesús y con la apertura de la esperanza de vida a los gentiles el pueblo de Dios presenta un ensanchamiento, se le permite a pueblos diferentes pertenecer al pueblo de Dios, tomando como bandera la enseñanza y el sacrificio de Cristo y dos principales mandamientos, amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a si mismo.


En Isaias 47 vemos como el pueblo de Dios es sometido a Babilonia como castigo por sus impiedades y vituperios, pero no es voluntad de Dios permitir que sean maltratados injustamente por un pueblo orgulloso y necio, por lo cual viene el castigo a causa de su maltrato y su soberbia, dejándolos abrasados y desolados.


El pueblo de Dios, en estos tiempos tan duros, se encuentra sometido en cierta forma a una especie de Babilonia. Tanto el pueblo de Israel como el nuevo pueblo de los elegidos por la fe en el redentor nos hayamos en medio de un pueblo similar a la descripción de Babilonia, un pueblo que dice "yo soy, y fuera de mi no hay más" negando con esto la existencia de Dios y considerándolo como fábula fantástica o como muleta de fanáticos, y con ello restando veracidad a las advertencias de los profetas. Un pueblo que no cree, que siente que nadie lo ve y por tanto no sera juzgado por sus actos, un pueblo que se deja engañar por su sabiduría y su ciencia y que anda en medio de encantamientos y hechicerías.


Parecido a este pueblo actual, al cual algunos denominamos mundo, el cual vive sin Dios, pues considera que la naturaleza, la tierra y el hombre mismo son producto de la evolución, hechos al azar, y justifican esto en la sabiduría y en la ciencia del momento. Niegan la presencia de Dios, como creador de las cosas, y al no haber juez ni árbitro en el campo declaran que es su ley la que debe ser tomada en cuenta, comamos y bebamos que mañana moriremos, no hay Dios, no hay Juez, hagamos lo que nos parezca y dediquémonos a los placeres y al dominio desmedido, subyuguemos, gastemos, si hay unos cuantos que se quieren dedicar a la meditación y a la espiritualidad dejémoslos, si existen otros locos que creen en la presencia de seres superiores, en ídolos o en un supuesto dios creador dejémoslos con sus locuras y proclamemos libertad de culto para que no se entrometan, pues nuestra ciencia nos comprueba que por aleatoriedad y accidentalidad la vida evolucionó y se adaptó gracias a la selección natural, ¿Por qué preocuparse por lo que no existe?


Al igual que los babilonios, el mundo tiene terrible advertencia sobre sus cabezas, la hora terrible vendrá, no se sabrá de donde, ni el día, ni la hora, día de grande castigo será, donde el dolor y la vergüenza arremeterán de pronto y aquellos cuya confianza esta en la vanalidad y en la mentira se esconderan bajo rocas y cuevas entendiendo que es el día grande del Señor. A quellos que Dios ama y que creemos en Cristo, nuestro salvador, se nos han dado señales de advertencia que poco a poco se han ido cumpliendo, y que sirven para que no permitamos que el corazón de los que tenemos esperanza en nuestro Señor se enfrie y nuestra esperanza se oscurezca, si no que oremos día y noche por la llegada de aquel grandioso día, no por la destrucción que acarrea, sino por la salvación que trae, porque será como los dolores de parto, la mujer se lamenta, retuerce y gime por los dolores de la contracción y la salida del bebe, pero una vez lo tiene en sus manos, el dolor se transforma en alegría y amor. Así pues estamos en días de dolores que nos hacen retorcernos y gemir, pero es alta y segura nuestra esperanza, no debemos dejarnos llevar por la desesperación sino tener la seguridad que la llegada del Señor está muy cerca y la alegria de su abrigo calmará todos nuetros dolores y lagrimas. 


Alabado sea nuestro Padre, Creador, YHWH, a quien pertenece el reino, el poder y la gloria por siempre; bendito y alabado sea por siempre su Santísimo Hijo, su Cordero, nuestro Salvador, nuestro Rey, nuestro Juez, cuya llegada es muy pronta y cuya salvación verdadera.